lunes, julio 31, 2006

El génesis según Satán.


Era un ángel encarcelado, sus alas negras como la noche más oscura; grandes y poderosas como eran no podían sacarlo de su jaula. Pobre y desgraciado ser, hecho para volar, concebido para estar sobre toda alma mortal e inmortal; estaba condenado ahora por siempre y para siempre a aquella prisión, en la cueva más oscura y terrible en el corazón de Gaya.

El mismo todopoderoso creador lo había juzgado y su espeluznante ejército había ejecutado su castigo. Así de fuerte era el ángel negro, todas las legiones del omnisapiente fueron necesarias para controlarlo; así de grande era su poder, que se convirtió en una espada de doble filo, pues por este motivo el único y principio de todas las cosas había sentido envidia de él.

Su juez y enemigo era el mismo Dios. Que siendo Dios no era perfecto, pues de haberlo sido no hubiera creado el universo; lo hizo porque en su grandeza sin sentido que en su poder solitario, en su ciencia y en su dominio de la verdad; estaba incompleto, no podía soportar su desbordante esencia y se enajenó a sí mismo, sólo así dejaría de ser todo y volverse dominador; sólo así estaría sólo arriba y no en todas partes. Esta era la única manera de ser el rey de reyes, criando reyes.

Pero de su esencia derramada sobre el vacío no se crío sólo almas imperfectas y necesitadas de protección y ley, de la que Dios sería proveedor, sino algo más, la creación nueva tenía esencia propia; tenía un alma inmortal como la de Dios que se llamaba Poder.
Todas las cosas vivas e inertes, existían pero no bajo la ley de Dios, sino bajo la voluntad de Poder; toda existencia se sumió en una guerra eterna de la que Dios era también parte. Una guerra sin fin y sin ganadores, pero con muertes y sobrevivientes, con avances y retrocesos, y sobre todo de continuo retorno. Dios mismo quedó atrapado en su creación, pues al dejar de estar sólo, cayó en los dominios del poder.

Y un día aconteció que de su creación surgió algo inesperado, un ser excepcional, alguien que ya no tenía en su esencia el ser dominado, que no tenía ley. Un ser que quería poder, y su deseo venía de una voluntad independiente de la voluntad del creador. Era inevitable su venida, el alma del universo lo concibió como una madre a un hijo; el ángel negro era el hijo del poder, pero él no era el poder.

Y Dios se arrepintió, de su incompletitud se dio cuenta, y de pronto sintió algo que el poder no puede sentir, Dios sintió miedo. Pero este sentimiento lo transformó de la esterilidad del poder total a la fertilidad del temeroso pero fuerte. Dios crió a los ángeles de su esencia más alta para que sean los más semejantes a él, canten sus alabanzas y custodien su cielo para que no entren en él las almas de los mortales; pero de sus primeros y más preciados siervos, surgía un ser que no quería servirle sino dominarle, a Dios y a toda su creación. El poder comenzaba su reino sobre toda existencia. Dios dejo de ser todo, por el peso de su imperfección y con la chispa divina de la creación, nació el nuevo rey de todas las cosas y todos las almas y de Dios mismo; el Poder.

Y la batalla eterna del orden de Dios y el caos de la voluntad ardiente del ángel negro comenzó. Pues Dios quiso culminar su obra magnificente, con un ser digno de admiración, y por ende muestra de su inmensidad y grandeza; creó a Ixtorux, sería el ángel más bello, fuerte y sapiente de todas sus legiones, sería su gran general al que encargaría la custodia del mismo paraíso, donde el reposaría a observar con desdén y con aire divertido a todas sus débiles creaciones que le harían sentirse el más fuerte. Y utilizando su gran espada de luz se cortó su cuerpo divino y cayó su sangre que era la esencia de todas las cosas y el principio de todo y con éste formo a Ixtorux. Todas sus anteriores creaciones nacieron del soplo divino pero el ángel negro venía de la sangre del creador. Pero Ixtorus no era hijo del creador sino hijo del deseo de poder de Dios, quien ya era preso del mismo.

Desplegó sus alas negras y su grandeza nació al universo, pero Dios había fallado, no nacía el general de sus legiones el que sería la más alta creación pero aun inferior a él y obediente y que le mostraría aun más poderoso; nacía su Némesis. Ixtorux no era conciente de su poder y por ende no desplegaba su voluntad, estaba todavía a medio criar. Sin embargo, Ixtorux no había de tardar en develar su esencia.

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