sábado, abril 22, 2006

La primera gran batalla (3). La noche más roja que la sangre.


Toda la tierra tembló ese día; del gran valle de Exequitera, partían, en aquella noche roja como la sangre, una horda de demonios voladores, que con sus gigantescas alas negras, que como una gran nube de muerte avanzaban haciendo un ruido ensordecedor. -GAIA, ixrokpekter icxsi! GAIA, ixrokpekter ICXSI! GAIA, IXROKPEKTER ICXSI!-
Los dragones cantaban en una voz unida y aterradora. –GAIA, LIBÉRANOS O MUERE!- El gran dragón blanco era el primero y el más grande, y con sus ojos diabólicos gritaba más alto que todos.
Gaia, era el alma de la tierra, nació en el momento en que nació la vida; Gaia no era eterna ni inmortal, pero era poderosa. Su poder era grandioso, tenía dominio sobre todas las cosas, todos los seres vivientes y todas las leyes. Pero no tenía dominio sobre su propio destino, sobre le destino del mundo. Gaia, era jueza y ejecutora; y había confinado a los dragones negros al valle Exequitera, por sus crímenes, eran los únicos dragones que asesinaban otros dragones. No era amorfa; había nacido como alma, pero el verdadero Dios sintió envidia por sus grandes facultades, y le dio forma física para hacerla mortal. Era un alma atrapada en un cuerpo.

La gran dragón Gaia, azul de brillante metal celestial; su cuerpo gigante y de proporciones divinas, era sólo fuerza y grandeza. Ella voló desde su refugió, un nido de diamante y plata, en el volcán de todos los inicios, el místico Grenexenis, y se dirigió hacia el valle de la muerte. Era hora de ajusticiar al dragón rebelde Barok, y lo debía hacer ejemplarmente.

En los límites del gran valle Exequitera, sobre el río Damoxscels; los colosales contrincantes se encontraron. La nube de la muerte liderada por el dragón blanco Barok; y Gaia, alma de la tierra.
-BAROK, regresa a tus dominios! Más allá eres mío; y yo ejecutaré la ley, mi ley. Morirás y los tuyos seguirán tu suerte.-dijo Gaia en su voz imponente pero armoniosa.
-Moriré? Esta noche habrá muchas muertes, sí… Pero no seré yo, te lo aseguro!-Dijo desafiante Barok.
-No sabes lo que dices, yo soy un Dios; pero no importa pues veo que has decidido morir.-rugió Gaia, ahora más incisiva y firme.

En ese momento el dragón blanco desplegó aún más sus alas y como una saeta se lanzó con el grito de guerra más violento jamás oído; y la luna azul por un momento pareció palidecer. Los dragones negros al mismo tiempo rugieron y bramaron tan fuerte que la tierra volvió a temblar. Gaia se estremeció, pero ella era una deidad, y atacó sin vacilar. Lanzó una llamarada de fuego tan fuerte como la espada del propio y verdadero Dios; y entre gritos lastimeros la nube se diezmo; y en este infierno etéreo los dragones negros caían como insectos fulminados. Pero el grito de guerra no disminuía en intensidad, los dragones aunque menos ahora, luchaban encarnizadamente. De la nube negra salía una gran llama oscura como la misma esencia de la muerte y el dragón blanco, orgulloso y prepotente al frente, volando cada vez más rápido hacia el corazón de Gaia, un gran rubí que estaba debajo de su cuerpo. Gaia, mientras tanto, con movimientos de serpiente, se movía ágilmente en el cielo y con sus garras y colmillos hechos de diamante, lograba librarse de las hordas de dragones negros que la atacaban. Asesinado a cientos de ellos.

Pero su cuerpo era eso, sólo un cuerpo, aunque fuere fuerte y poderoso se cansaba, se fatigaba; y las oleadas incesantes de dragones negros mermaban su fuerza. Gaia estaba extenuada; cuando sintió en su pecho un golpe que le hizo sentir lo que es dolor por primera vez en su longeva existencia. Barok tal flecha maligna se había lanzado, usando su duro cráneo hacia el centro del rubí que era el corazón de Gaia, destrozándolo.

Aquella noche más roja que la misma sangre avanzaba, y una sensación de que un terrible suceso ocurriría se esparció por toda la tierra. Todos los dragones, miraron al cielo en busca de algo, de algun signol, que les permita descifrar las escabrosas señales; no vieron nada; mas pudieron oír. A lo lejos un agudísimo y terrible quejido, tal daga fatal, desgarró los corazones de los dragones. Gaia había muerto.

La primera gran batalla (El dragón Barok)

La primera gran batalla (El valle de la muerte)




En aquellos tiempos el mundo era un lugar muy distinto al de ahora; los valles eran más verdes, los árboles eran incontables y cubrían todos los lugares de la tierra; y la tierra misma todavía tenía alma; Gaia estaba viva. El mar era puro, la luna era azul; y los dragones eran los amos del mundo. En aquellos anocheceres, cuando el gran y antiguo sol se ocultaba, los dragones volaban hacia el inmenso y poderoso mar y en sus orillas plateadas observaban con sus poderosos ojos el cielo, que ofrecía vistas y colores fantásticos e inimaginables. En lo profundo de la noche se podía oír los rugidos estruendosos y llenos de vigor de los jóvenes dragones que jugueteaban en el aire, volando hacia la luna queriendo tocarla. Era sin duda su época dorada, los dragones habitaban el mundo y eran uno con Gaia. No tomaban más, de lo que Gaia les ofrecía. Y Gaia en recompensa los multiplicó. Dragones por miles!

Pero, en lo más profundo del bosque existía un gran dragón blanco, que era diferente a los demás; vestía aros y joyas del metal de extraño brillo cósmico, del color del gran sol, este dragón era o creía ser algo mayor a los demás. Su mirada era increíblemente profunda, con una sabiduría y astucia maliciosa realmente remarcables. Era el gran jefe de los dragones del Valle Exequitera, el lugar de la muerte. Su tribu era carroñera, los grandes dragones del color de la noche más oscura dominaban este lugar dónde todos los ancianos dragones volaban al final de su vida y luego de morir eran devorados por estos demonios alados, quienes con gran ruido y algarabía creaban un horripilante himno a la muerte. Los dragones negros sin embargo, odiaban este destino; habían sido en los albores de la historia cazadores que mataban para comer, no carroñeros. –Bah! devoradores de escoria, eso somos! Que cruel existencia utilizar nuestras poderosas garras y nuestros dientes fatales en cuerpos ya muertos y ancianos.-Así se lamentaban los dragones en las noches de luna azul.

Más estos tiempos eran diferentes, los gigantes carroñeros cantaban himnos de gloria, y de guerra. Según sus profecías un dragón del color del alba iba a llegar a librarlos de aquel humillante destino, impuesto por Gaia. El dragón blanco nació al amanecer de la noche más oscura de todos los tiempos; era hijo del antiguo gran jefe de la tribu; Morok, famoso por haber atacado a un dragón anciano antes de que este haya muerto; habiéndole dado muerte el mismo…El dragón albo fue llamado Barok.
–Oh, gran Barok, de tus alas blancas como la primera luz de la mañana, vendrá nuestra liberación de este valle maldito, de la prisión en la que nos puso la innombrable, la odiada, nuestra enemiga.!-Cantaban los dragones-No temáis hermanos, Gaia, es la enemiga, la odiada, más no innombrable; el nombre del enemigo no debe ser temido si queremos dominarlo-Decía con su voz vibrante el dragón Barok.-Es hora de romper las cadenas que nos obligan a vivir de los cuerpos inertes, sin gloria, sin acción, sin honor; hoy saldremos de la prisión del valle Exequitera. A la guerra hermanos!-Y el dragón blanco lanzó un bramido estrepitoso, que hizo temblar toda la tierra. Los dragones negros estaban en guerra con Gaia.

sábado, abril 15, 2006

El muchacho y el dragón (1)



Cuando se levantaba de su barca… Entonces sucedió. Un gran dragón rubí, carmesí como el fuego más intenso, llegó volando desde el volcán. Asombrado, alzó sus ojos en un embeleso infinito al observar a la sagrada bestia volando majestuosa entre las nubes. Alzó sus manos instintivamente intentando tocarlo, a pesar de la altura inmensa de la divinidad alada. Qué espectáculo maravilloso que nadie jamás ha visto, sino sus ojos juveniles y aventureros. No tenía miedo simplemente lo invadía el gozo del descubrimiento. Y no pensó en nada más. Pero el dragón lo vio, observó al pequeño joven de cabellera negra, y de cobriza piel en la orilla de su isla. Un humano después de tanto tiempo, que ya casi no recordaba como eran. Sería divertido bajar e impresionarlo o asustarlo, le daba lo mismo; sólo estaba aburrido y quería hacer algo para divertirse. El muchacho era esa diversión.

De su vuelo, con sus poderosas alas paró en medio del cielo y bajó tal meteorito incandescente al suelo centellante de aquella recóndita playa; y ante los ojos incrédulos del muchacho de cabellera negra, se posó orgulloso. Abierto las alas, henchido el pecho, con los ojos fulgurantes; escupió fuego hacia el cielo con un ruido que retumbó como la erupción de un volcán. El corazón del muchacho se aceleró como nunca en su corta vida, sintió una corriente por todo su ser, que tensó su joven cuerpo a un grado anormal. Pero no tenía miedo, era emoción pura y excitante. El dragón volvió a escupir su fuego, esta vez girando un poco su monstruosa cabeza y haciendo un ruido aún mayor. Y esperó que el humano corriera gritando por su vida; lo humanos eran cobardes si recordaba bien. Pero el muchacho no corrió, lo observaba con ojos extraños, lo observaba con ojos de dragón.

El muchacho y la bestia se miraron al fin directamente a los ojos; sus almas estaban descubiertas para el otro a pesar de las vestiduras carnales o bestiales; existía alguna conexión, había algún vínculo inexplicable. El muchacho de cabellera negra al ver el alma del gran dragón rubí, no dudó, él era su padre. Cuánto había viajado, cuánto había buscado y hoy todo tenía sentido, viendo en esos ojos de impresionante incandescencia su misma sustancia vital, su misma alma reflejada. El dragón asustado, vio en el alma del humano, un alma de dragón; era imposible, realmente inconcebible. Los humanos no pueden tener el alma de un dios.

Continuaron frente a frente, el dragón con sus alas todavía abiertas, la cabeza inclinada cual estatua milenaria; el joven de cabellera negra y piel cobriza, erguido también orgulloso con sus ojos carmesí y por primera vez fulgurantes y encendidos. De pronto, gritó-Padre! Tú eres mi padre, gran dragón!- No!-Rujió el dios-Cómo te atreves humano!- Se hablaban en diferentes lenguas pero se entendían porque estaban conectadas sus almas. –Gran dragón, poderoso como el fuego! Tú eres mi padre, acaso no lo sientes como lo hago yo. Acaso no has visto mi alma como yo la tuya.- dijo el muchacho en una voz de trueno, increíble para su contextura pequeña aunque fuerte-
-No te atrevas a repetirlo humano o te destrozaré!-Gruñó el dragón, con menor intensidad que antes.-yo soy un dios, no me empariento con humanos.-
-Yo soy tu hijo, no tengo padre humano, mi madre me dijo que soy hijo del fuego.-dijo el muchacho en un tono cada vez más apabullante y cada vez más similar al de un verdadero dragón-Fui concebido cuando el fuego entró en el cuerpo de mi madre en una noche de cielo rojo, de un color carmesí como el tuyo, gran dragón!-
El dragón rió, si a un gruñido tan horrible como aquel, se puede llamar risa y dijo:-Hijo del fuego que bajó del cielo en una noche carmesí! Tú madre que tipo de humana es? Como puede sentir y absorber mi esencia divina, mi sangre. Cómo se atreve a robarse mi alma, la que perdí en la Gran Batalla!-
El muchacho perdió por un momento el fuego centellante de sus ojos, pero este volvió a encenderse y arder enseguida y gritó: -Qué dices dragón? Que yo fui un error, un azar del destino.- El muchacho entonces comenzó a cambiar-No puede ser! No he buscado tanto para ésta respuesta. NO!-

Algo increíble comenzó a pasar entonces, el muchacho de cabellera negra se llenó de un fuego oscuro y extraño y sus ojos se incendiaron hasta hacerse iguales a los del dragón rubí. Lanzó un grito que se convirtió en gruñido bestial, y dos alas negras como la noche más oscura salieron de su espalda, mientras todo su cuerpo humano desaparecía y trasmutaba en un poderoso dragón azabache y de formas infernales.

Entonces, el dragón rubí entendió, su enemigo el dragón negro no había sido vencido totalmente en la Gran Batalla. Su odio había perdurado a través de la sangre de la herida infringida por su temible garra. En esa sangre, su propia sangre, el dragón negro al verse perdido había puesto todo su rencor, que combinada con la sustancia del dragón rubí su enemigo, habían de dar vida a un nuevo Némesis, que tomaría venganza, porque era todo odio y nada más.

Continuará…

sábado, abril 01, 2006

Relato de una muerte.










Cuando alguien está sufriendo, cuando ese alguien siente que no es nada, y sobre todo cuando ese alguien ya no quiere vivir. Como una llama pequeña que se va apagando poco a poco, como una planta raquítica y débil que muere bajo un cruel sol; como un día que muere al llegar la oscuridad. Cada segundo que pasa es una tortura, cada lugar al que va es un infierno, cada instante de su propia existencia en un castigo. Pero sigue caminando, nunca para sino para llorar, nunca llora por mucho tiempo sino cuando ya es insoportable su soledad. Y camina siempre hacia el mar, un abismo que se lo comerá.
Y morirá sí, como todos los desgraciados de este viaje sin fin, en el que todo queremos, todo deseamos y al final nada puede ser apreciado, nada puede ser atesorado ni guardado; sólo sombras y recuerdos vanos, que habitan en tu menguante memoria, y que te engañan mostrándote felicidad. Oh espejismo maldito, que nos haces caminar más sin necesidad, inalcanzable e irreal sólo sirves para que el dolor sea cada vez más natural. Estarás mientras no caigas fulminado, y ese día no sabes cuándo llegará, bienaventurado tú, que la muerte no puedes observar, porque si lo haces que demonio tan horrible es, en una superficie de beldad perfecta y de fortaleza infinita oculta un interior asqueroso y podrido, que está listo para engullir tu ser, para desaparecerlo para siempre de la tierra y con su aliado el tiempo te borrará finalmente de toda mente y corazón, completando su labor de limpieza. Y llegó el fin.