sábado, abril 01, 2006

Relato de una muerte.










Cuando alguien está sufriendo, cuando ese alguien siente que no es nada, y sobre todo cuando ese alguien ya no quiere vivir. Como una llama pequeña que se va apagando poco a poco, como una planta raquítica y débil que muere bajo un cruel sol; como un día que muere al llegar la oscuridad. Cada segundo que pasa es una tortura, cada lugar al que va es un infierno, cada instante de su propia existencia en un castigo. Pero sigue caminando, nunca para sino para llorar, nunca llora por mucho tiempo sino cuando ya es insoportable su soledad. Y camina siempre hacia el mar, un abismo que se lo comerá.
Y morirá sí, como todos los desgraciados de este viaje sin fin, en el que todo queremos, todo deseamos y al final nada puede ser apreciado, nada puede ser atesorado ni guardado; sólo sombras y recuerdos vanos, que habitan en tu menguante memoria, y que te engañan mostrándote felicidad. Oh espejismo maldito, que nos haces caminar más sin necesidad, inalcanzable e irreal sólo sirves para que el dolor sea cada vez más natural. Estarás mientras no caigas fulminado, y ese día no sabes cuándo llegará, bienaventurado tú, que la muerte no puedes observar, porque si lo haces que demonio tan horrible es, en una superficie de beldad perfecta y de fortaleza infinita oculta un interior asqueroso y podrido, que está listo para engullir tu ser, para desaparecerlo para siempre de la tierra y con su aliado el tiempo te borrará finalmente de toda mente y corazón, completando su labor de limpieza. Y llegó el fin.

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